GONZALEZ HUGO LUIS

Hugo Luís González
Poeta, guitarrero, folklorista… Nació en Mansilla, actualmente reside en Paraná.

Escribió el libro Tiempo de Trillas, Editado en el año 1987.
Los siguientes poemas pertenecen al mencionado libro.


Recuerdo en el verano,
Cuando la luna entraba, redonda hasta mí cuarto,
Y la palmera al viento peinaba suavemente
Su cresta adormecida.
Recuerdo un patio abierto con piso de ladrillo,
Un aljibe expectante, como mirando al cielo,
Un parral, y a su sombra, una mesa de pino
Adonde las abuelas tejían sus silencios.
Una no menos vaga visión del horizonte
Que dibujaba el muro detrás de la glicina,
Un jardín con rosales, una higuera sombría
Y mi casa, una casa cualquiera allá en mi pueblo.
Recuerdo en la distancia una calle de tierra,
Una sombra fecunda de muchos paraísos,
Una plaza, unas lomas y más allá unos campos
Semillas de mis letras que a estas horas escribo.
Recuerdo las bandadas de patos siriríes
Cantando en la alta noche,
Con un azul brillante de inmensa curvatura,
El alarido errante de los viejos troperos,
Un tañir de cencerros, un color sofocante,
El polvo de mi silla, mis libros de poesía.

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Obra integral nocturna, los diálogos humanos
Teniendo amaneceres en veredas mojadas,
Húmedas de suspiros, de sombras de lágrimas,
Murmuración eterna entablada en la plaza
Cuando el romance quiso, natural y salvaje
Adentrarse en el rostro de una fresca muchacha
Que asida de la mono, retomaba su marcha
Para hundirse en las sombras de las viejas acacias,
Con su fiel compañero, el hombre que amaba…

Las aves nocturnas pasaban desprovistas
De canto, hacia los pinos, enhiestos centinelas
Hiriendo el firmamento con un redoble alado;
Rasgando el clima denso, de vez en vez lanzaban
Un chistido travieso, opaco, ¡casi seco!,
Pero sonando lejos para perderse siempre
En las brumas del viento…
Los búhos y lechuzas, prendidos a las ramas
De los pinos añejos, vigilaban atentos
Los insectos celestes que, a trasluz de la luna
Se movían silente, pronta al amanecer…

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Mi pueblo en la mañana, rayando el mediodía,
Tendía sudoroso su manto en las veredas;
Los paraísos calmos aguardaban “la siesta”
Salía por los zaguanes de aquellas casas viejas
Un aroma a comidas servidas en las mesa;
Entonces la familia se congregaba presta
A compartir el vino, el pan y la franqueza.
Afuera, las palomas desde las arboledas
Acunaban el aire con su cuar de seda…
Y las calles quedaban totalmente desiertas.
El sol, allá en lo alto, partía las clavaduras
De los techos de chapa, crujiendo en las maderas;
El caserío dormía tras el almuerzo lento,
Y después de anunciarse con un golpear de tarros
Vaciando los residuos que de comida quedan,
Entre los gallineros, bostezando caliente
Veníase la siesta…

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A esa hora en que la tarde me traía del campo
Su canto de labranza, levantando la vista
Veía allá en lo alto volar las golondrinas.
Quebradas en el aire picaban en lo inmenso
Hasta lamer los techos y remontar de nuevo
Con sus gritos morenos.
Llegaban las bandadas cruzando las colinas
A gravitar la torres, el puente y los aleros,
Sutiles y traviesas, colmando los veranos
De aquel sitio pequeño.
Aves que de elocuencia nombraban cualquier verbo
Que conjugara siempre trilla, colina y cielo,
Me dejaron la copla callada al ver sus vuelos…
Mi corazón añora, como ustedes, un día
Regresar en sus alas, una tarde a mi pueblo.

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Aún quedan en mi pueblo vestigios de otros días,
Cosas que cuentan sois de un tiempo que pasó;
Me invade la nostalgia cuando pienso en las noches
En que miraba solo un paisaje baldío
Que entre sombras y escombros la luna bosquejó.
Pequeñas escaleras de cemento entre el pasto,
Arcaicos y profundos testigos de un pasado
No menos laborioso, con afán de grandeza
Por esos días de antaño, con la misma franqueza
De ese vecindario que llenaba de pasos
Las noches y los días del antiguo poblado.

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